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Antes de nada, entiéndase el titular literalmente: que ni un nicho es un sector de oportunidades, ni independiente es el cine indie de ínfulas metafísicas (por mucho que la peli la dirija Sofía Coppola).
Dicho esto, empecemos. Me acerco a una sala de cine que acaba de abrir en Madrid (algo ya de por sí bastante sorprenderte) con el gancho de proyectar películas independientes, clásicos y obras autoproducidas.
Si, films realizados por cineastas huérfanos de tiosgilitos que les den una subvención, como lo fueron en su momento los empresarios Peter Jackson o Steven Spielberg proyectando sus películas caseras en el garaje, como lo hiciera antes el artista Andy Warhol mientras se comía una hamburguesa (qué paradoja), o como lo hizo mucho antes el ilusionista Méliès poniendo la chistera del revés.
Porque hacer películas es un negocio, un arte o una ilusión, pero no es cine. El cine no es más que un bicho asustadizo que devora una y otra vez su propio hígado (menuda tragedia griega).
Resulta curioso que en un país donde se privatiza hasta el oxígeno que respirar, el cine y las artes escénicas sigan estando en mano de mecenas políticos. Y como de vez en cuando alguien masculla por lo bajini que Hollywood no es más que un negocio que se come la cartelera española (y las únicas soluciones que se le ocurren son proteccionistas), pues al final uno cede y le da a una oportunidad a esa película de título pedante aunque solo sea por impresionar a nuestro acompañante.
Diecisiete euros después (más palomitas) uno empieza a comprender que a lo mejor el cine sí que es un negocio y que si queremos ver películas lo mejor será verlas por Internet. Pero este bicho asustadizo no lo puede permitir y va y devora un pedazo de su hígado.
Y es que hace tiempo que el cine dejó de ser el séptimo arte y las últimos cruzados de esta romántica idea acabaron por abandonarla para fabricar muebles (pregunten a David Lynch). Y eso que no hay un cineasta que no empezara su carrera pensando que la suya iba a ser una obra de arte (o eso espero). Pero mientras nuestro Warhol particular juguetea con el zoom y el blanco y negro para grabar su personal ‘Simón del desierto’ se da cuenta de que se le está quedando fría la hamburguesa. Y como morirse hambre no es plato de buen gusto, va el cine y devora otro pedazo de su hígado. Al fin y al cabo ¿quién entiende el videoarte?
Sin embargo, esto de hacer películas es un gran invento, y aunque la popularización de ciertos elementos como el HD o los programas de edición haya generado un aluvión de ismos (el nerviosismo del purismo ante el intrusismo, y vuelven con el proteccionismo), de vez en cuando uno desplaza el cursor y reproduce casi sin querer un pequeño video casero, una película grabada con el móvil o un cortometraje amateur de paupérrimo sonido y peores interpretaciones. Desgraciadamente casi nunca lo vemos entero y no nos damos cuenta de que hemos perdido la oportunidad de visionar una verdadera película. En vez de eso, optamos por ver el último capítulo de alguna serie de moda, ya que ahora se considera a este género el nuevo cine y, al fin y al cabo, ¿con quién vas a compartir mañana que has visto ese corto desconocido, pudiendo hablar de ‘Juego de Tronos’? Eso sí, como a Sofía Coppola le de por grabar con su teléfono móvil, nadie se perderá su innovadora película.
En fin, que delante de la sala de cine me pregunto por qué pagar seis euros por ver una película desconocida, probablemente bastante mala, y de la que no podré hablar con nadie, en vez de ver gratis en Internet el capítulo piloto de la nueva serie de J. J. Abrams.
Nos encogemos de hombros y entramos en el nicho. No hemos venido al cine, hemos venido a ver una película.